sábado, 1 de septiembre de 2012

Hoy por la mañana, hace unas cuantas horas nomás...

Hoy por la mañana, hace unas cuantas horas nomás, desperté con un cargo de conciencia tremendo.
El día de ayer, Nicole, mi sobrina, me había preguntado qué planes tenía para la mañana de hoy y si estaría muy ocupada. Naturalmente le pregunté por qué y me dijo que quería que la acompañase a la veterinaria para llevar a Doki que estaba muy enfermo.

Doki es nuestro cachorro de mes y medio que hace no más de un mes fue incorporado a la familia. Un Cocker Spaniel Inglés muy decaído y desanimado para la edad que tiene. 

Le dije que no podía, y es verdad: no podía. Tenía doce tareas pendientes de toda la semana y tan sólo dos días. Y me mantuve firme hasta hoy por la mañana, hace unas cuantas horas nomás, que me sentí la persona más cruel del mundo. Al abrir los ojos y ver mi celular marcando las 8:50 am (que en realidad eran las 8:40 porque lo tengo adelantado 10 minutos #ForeverTardona #NoSéPorQuéEscriboConHashTagSiNoEstoyEnTwitter) recordé que hace una semana el can se había paseado por la casa con un limón colgado al cuello.

- ¿Por qué le has puesto eso, Nicole?
- Es que está resfriado.

Sí, tan lógico como suena. Según una veterinaria (terminé llevándola), colgarles limones en el cuello -o cogote, como quieran- a los animales resfriados, ayuda a aliviarles el mal. Creo que no funcionó, no sé si porque el remedio es falso o porque a Doki sólo le colgaron un limón (uno bastaba porque sino se caería de hocico #HastaElLimónEsMásGordo) y no varios. Ya en la veterinaria, tras esperar miles de horas a la doctora, a la par limpiaba las gracias que la pequeña bola de pelos dejaba por ahí, por fin nos atendieron.

Eran cinco doctores y no se bastaban. Llegaban perros de todos los tamaños. Los habían grandes, inmensos, de esos que hacen temblar la camilla cuando los subes... y los había pequeños, que parecen un chiste al lado de los anteriores porque parece que se van a perder en la camilla. Uno de ellos era Doki, una completa gracia al lado de una Pastor Alemán de ocho años que asustaba a todos con un diplomático temblor de camilla. 

Doki, el terror de las camillas.

Como verán, su patita es tan grande que no encontraban el catéter adecuado así que esperamos otras mil horas para que lo encontraran. Mientras tanto siguieron llegando miles -es una exageración- de animales. Uno que era el cruce de un Schnauzer con un Fox Terrier con la herida de una operación infectada, un Cocker Spaniel negro con una patita enyesada, otro Cocker Spaniel caramelo con dos mordidas en la cabeza, un Puddle cachorrito resfriado y un gato con un muuuuy mal aspecto que llegó en la ambulancia.

Nicole y yo vimos cómo les tomaban la temperatura, cómo les curaban las heridas, cómo les ponían suero entre otras cosas. Tres de los doctores se reunieron en la camilla del gato, parecía que se le hubiesen juntado las vértebras de la columna, estaba encaramado y abría los ojos de rato en rato. Le pusieron el suero y alguien hizo un comentario cruel: "A este gato ya se le acabaron las vidas...". La reacción fue masiva, definitivamente ese comentario estuvo de más. Llevaron a Doki a una habitación más reservada, me imagino que con la intención de que mi pequeña sobrina no viera cómo le ponían la intravenosa. Cuestiones éticas pro-sensibilidad de la infancia, qué se yo. Hubiese preferido mil veces eso. En menos de un minuto el ángel de las desgracias visito aquella sala. Llegó un cachorrito a un control. Un Pastor Alemán, muy lindo, de unos cuatro meses pero en muy mal estado. En menos de lo previsto le diagnosticaron distemper y la solución era la inevitable. Casi al instante, el híbrido que había sido inyectado para parar la infección de su herida empezó a moverse desesperadamente para dar paso a lo que sería una erupción de pus y sangre. Nicole y yo quedamos atónitas. Hubiera preferido evitar presenciar eso y que Nicole viera la intervención a Doki, que en definitivo era más simple. 

Cuando creía haberlo visto todo, giré la cabeza hacia el gato moribundo. Le miré la panza y su movimiento era casi imperceptible. El animal abrió los ojos llenos de agua y dejó ver el azul del cielo que tenía en ellos de un sólo golpe,  abrió el hocico y dejó ver sus colmillos. Y dejó de moverse. Vi cómo su panza ya no registraba más movimiento que el de encogerse para botar el aire que había quedado en sus pulmones, imagino. Al rato volvió a moverse bruscamente, pensé en esos impulsos de los que dicen que ocurren después de muerto. Efectivamente, estaba muerto. Recuerdo su expresión de susto. Tenía miedo, los animales sienten miedo al igual que nosotros. No lo conocía, y probablemente nunca lo hubiese conocido de no haber ido a la veterinaria este día. No supe si era macho o hembra, pero su collar rosado me indica lo segundo. 

Ese animal tenía un dueño, una familia a la que correspondía, una vida. Alguna vez fue muy pequeño, seguramente hizo renegar con alguna travesura, tal vez lo quisieron mucho, tal vez fue sólo una obligación más. No merecía morir sobre esa camilla helada con cinco doctores ignorándolo y con una curiosa como yo que trataba de imaginar su vida. Nadie merece morir en ninguna de las condiciones. Vino una de las doctoras con una bolsa blanca de plástico, lo desconectó del suero, le tapó la cabeza y lo metió como un rollito. Ajustó la bolsa un poco y me hizo estremecer ante tanta falta de cuidado. Estaba ya muerto, es cierto, pero por lo menos pudo cerrarle los ojos. 

Y recordé los momentos que pasamos cuando tuvieron que sacrificar a Clifford hace más de un año: aproximadamente a los veinte minutos un anciano entró en la sala. Un caballerito, cabeza cana y ojos rojos. Triste, muy muy triste. Cruzó unas palabras con la doctora y cogió la bolsa blanca y la llevó cargando. Que escena para más triste. Sé lo que se siente, lo he vivido. Es triste perder a un ser que te alegraba los días, pero debe ser aún más triste llegar a viejo y tener que ver morir a aquellos que te acompañan para luego quedarte solo. ¿Qué hay de si ese anciano sólo hubiese tenido a ese gato?. Los doctores no pensaron en eso a la hora de aplicarle solamente suero. La doctora no pensó eso a la hora de meterlo a esa bolsa blanca como si fuese basura. Nadie nunca piensa en los problemas y los dolores de los demás. Nadie nunca piensa en nada relacionado con los demás, incluso yo misma esté cometiendo un error en juzgarlos a todos por desidia y desamor. 

Pero todo está en a actitud. 

Puede que no sepamos los problemas de los demás, pero podemos hacer bastante con no pecar de indiferentes o distantes. Saluda amablemente, di gracias y pide por favor. No grites, sonríe en su lugar. Trata de hacer las cosas bien, no sólo en los estudios, no sólo en el trabajo; sino en todo. Puede que no lo agradezcan en su momento pero más tarde, te darás cuenta que aunque no le solucionaste la vida a nadie, por lo menos no la agobiaste más. Sácate la mierda viviendo y sonríe, que algún día valdrá la pena. Piensa en los demás. Sé considerado y amable, que es gratis. Ten buena voluntad y buenos deseos. Ten ánimo y observa mucho a tu al rededor para que notes que hasta en actos tan cotidianos hay cosas que pueden marcar la diferencia y que pueden ayudar a conocerte más para tener un poquito más grande el corazón.

Pdta.- 
Doki está internado hasta mañana, usará pañal y será atendido como un rey. 

Descubrí que jamás hubiera podido ser doctora, veterinaria, dentista ni nada que implique ser insensible o acostumbrarse a decesos, heridas y problemas de esa índole.
No volveré a pisar una veterinaria por tanto tiempo.


           




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