domingo, 27 de mayo de 2012

Pensando en ti

Despiertas y ves una rosa descansando dentro de una botella de agua que encontraste por ahí. Pestañeas varias veces, escuchas por enésima vez al gallo que se pasa de bastardo cantando a las tres con cuarenta y lo maldices pensando en mil y un formas de acabar con su madrugadora existencia. Cierras los ojos y piensas en él. No piensas en su cara, no piensas en su cuerpo ni en su voz. No recuerdas ningún momento en específico, ni alguna frase ni nada. Sólo piensas en él. Es tu mente en blanco y él. Es despertar y saber que existe. Que la noche anterior soñaste con él y que ahí está, bajo el mismo cielo a un par de kilómetros durmiendo,  vistiéndose, duchándose, desayunando. Existiendo.

Y si Dios quiere... pensando en ti. 

Miras al techo y ves tus pestañas subir y bajar. Eres consciente de tu respiración hasta el momento. Cierras los ojos, escuchas el silencio del viento que atraviesa tu ser y empieza a costarte. Ya no respiras como antes. Miras de reojo la ventana y sientes frío. Te peinas con los dedos. Cierras los ojos, respiras hondo y recuerdas ese día. Recuerdas cómo el destino puso todas sus fichas decidido a que pasara.

Y pasó.

Pasó y dos semanas antes no imaginarías que pasara. Pasó y jamás creíste que podía pasar en el contexto en el que pasó. Pasó y ni al finalizar el día pudiste asimilar que todo era de verdad y que era tu realidad a partir de ese momento. Pasó y no pudiste abrir bien los ojos sino hasta ahora, cincuenta y tres días después, que miras lo bien que te hizo, lo bien que te hace y probablemente, lo bien que te hará de hoy en adelante. 

Y sonríes. 

Sonríes porque ves esa rosa descansando en una botella que buscaste con locura por toda la casa. Porque pestañeas creyendo que sigues soñando y que debes despertar. Porque aunque le jures odio al gallo irrumpe sueños, en el fondo lo amas porque es quien te regala unos minutos antes de entregarte a la rutina. Minutos en los que piensas más en él. Minutos en los que no piensas ni en su cara ni en su cuerpo ni en su voz. No en momentos específicos, no en frases, no en nada. Sólo él. Tu mente en blanco y él. Su existencia. Tu existencia bajo el mismo cielo a un par de kilómetros. Tú sonriendo... él durmiendo, vistiéndose, duchándose, desayunando o a lo mejor, pensando en ti. 






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