jueves, 21 de junio de 2012

AGUANTE COLADA (1): El origen.

Piña estaba feliz de haber cobrado el cheque. Sentía que lo merecía por haber estado parada como cojuda durante dos semanas en la oficina del vicerector. Estaba feliz de haberlo cobrado porque sentía que era lo mínimo que podían darle después del accidente. Estaba feliz y orgullosa de sí misma por haber conseguido lo que muchos creyeron imposible: cobrar una indemnización por daños y prejuicios. Plata gratis, plata fácil. Total, ella se sentía curada muy a pesar de los resultados médicos. Se había resignado. Esa semana se dio cuenta que tomaba más pastillas que su abuelita a la hora del desayuno, así que al parecer, el dinero extra logró su objetivo: robarle una sonrisita. Sonrisita clásica de los que se contentan con la plata porque de salud ya no pueden. Le robaron una sonrisita y esa sonrisita tuvo su precio: tres cifras adicionales en su cuenta que últimamente se había estado codeando con el cero lastimero.



El absoluto, digo yo.

Su viejo le dijo que hiciera lo que quisiera con la plata, así que eso la hizo sonreír aún más. Llegado el jueves salió de clases y bajó corriendo las gradas. Era el primer cheque a su nombre en sus dieciocho años. Las primeras tres cifras totalmente gratuitas que recibía de un perfecto extraño. Piña las merecía. Las merecía justamente por eso, por ser piña. Por ser lo suficiente idiota de haber jugado un partido que no debió jugar, por no entrenar básket en el colegio o por ser lo suficiente torpe con sus movimientos. Merecía esas tres cifras por estar en el lugar equivocado en el momento menos indicado. Por ser el punto de aterrizaje de un codo que la mandó al piso y le jodió medio año de su vida. Ella sabía que su viejo le daba carta libre para esa plata porque él también sabía que se la merecía. Sabía que iba a funcionar como una moneda que te encuentras en el piso, de esas que le alegran el día a cualquiera. 

Pero a Piña la alegría le duró varios días después.

Recibidas las tres cifras ni corta ni perezosa fue a pagarse los gustos. Llegado el viernes, se reunió con los amigos dispuesta a pasarla bien. Dispuesta a embriagarse. Hacía varios meses que no lo hacía, así que después de un par de llamadas llegó a uno de los huequitos aledaños al campus universitario que albergan a más de una víctima de los parciales. Fueron nueve personas, contándola. El ambiente no prometía mucho, digamos que mejores "juergas" ha contado. Pero ahí iban, luciéndose todos tomando del pico de una botella para cada uno mientras el resto de almas en el lugar rotaba el vaso. Así fueron acabando dos cajas de cerveza y con ellas, se fue casi todo el grupo. Así que Piña se quedó con dos chicas y tres amigos contemplando cómo un gringo con la pinta de Kurt Cobain y su amigo Toyo gordo (un asiático con cuerpo de terma que no me vacilaba tanto) bailaban como invertebrados sacudiéndo sus partes y frotándose con chicas que con alma brichera subieron al escenario a hacer lo que se hace en lugares así: bailar.

Y Piña moría por bailar.

En eso un tipo se pegó al grupo. El trago se acababa y ya era hora de que las billeteras se abran por tercera vez. Piña, como quien no quiere la cosa, le pide una colaboración al extraño que evidentemente le robaba miradas a una de sus colegas etílicas. Sin querer terminaron yendo ambos a abastecer al grupo. El tipo era alto, con lentes, cabello claro. Espalda, cuerpo... como le gustaban. Pero no, no, Piña respetaba y después de ver cómo una de las del grupo se le lanzaban ya no había más que dar el paso al costado. Muy amable el tipito, tenía la sonrisa discreta... como de quien se trae algo entre manos pero tiene cara de "yonofui". Pobre, tenía que soportar a la arpía de la que no estoy segura que Piña considera como su amiga. Piña sólo observaba cómo ella quería atraparlo en ese brusco y grosero movimiento de caderas. Él le lanzaba miradas de "sálvame, sálvenme". 

Hasta que el reloj se apiadó de él y ella tuvo que dejarlo en paz.

Ahí fue cuando Piña decidió cerrar distancias. Algo en ese extraño le hizo ganar confianza. Fue una rarísima sensación. Conversaron, bailaron. Rieron. Bebieron. Coquetearon. Y así fue como empezó.

1 comentario:

Victor Falconí dijo...

Piñas, de sabor agridulce, me encantan. Bueno, tal vez sea la oportunidad que Piña esperó por mucho tiempo. Que estés bien.