miércoles, 27 de julio de 2011

Hoy dos gringos me hicieron feliz.

Ayer me quedé viendo películas hasta altas horas de la madrugada. Hasta las cuatro y treinta, para ser exacta. Es como si hace mucho no hubiera visto pelis, y bueno, es cierto. Parece que me he pasado AÑOS sin ver alguna. Supongo que por eso me desquité. Ya cansada, con hambre y un ardor en los ojos, me dispuse a dormir. Cerré la laptop, que estaba caliente y programé un par de alarmas en el celular. Yo entro a trabajar a las once. ¿Creen que desperté temprano?

NO.

Las alarmas que programé sonaron a las 7:30 am. No las sentí. De la cama me paré a eso de las diez y cuarto de la mañana, a punta de los gritos casi histéricos de mi abuela que no paraba de renegar; acto que a mí me atormentaba. Con los ojos chinos y adormitada me metí a la ducha. Me distraje, como siempre, en el espejo. Detuve mi mirada fijamente en el rasguño que me hizo mi perro hace ya casi dos años. Veía la cicatriz, la acariciaba. Recordé ese día. TERRIBLE DÍA. Clifford -mi perro- se enfermó y teníamos que llevarlo a la veterinaria. El solo hecho era complicado así que llamamos a la doctora para que sea ella quien lo recoja. Accedió, el trato era que nosotros lo pongamos en el... 

¿cómo es que se llaman los... portamascotas?

Toda una hazaña. Las cosas iban marchando bien, hasta que al subir a la camionetita la maldita "jaula" se abrió y FUAA! tremendo zarpazo el que recibió mi pómulo. Bonita cicatriz. Pequeña, es cierto. Nadie lo nota, sólo yo. Miraba mis pestañas, que estaban -inexplicablemente- más dobladas que nunca. Busqué en mi frente la presencia de algún granito. Mis cachetes colorados. Veía si mi cabello había crecido o si seguía corto. ¿Crees que ha crecido como esperaba que lo hiciera?

NO.

Me despeiné. Colgué las toallas, vi el celular y COÑO. Era demasiado tarde. Aunque para todo lo que hice, pareció me quedé una eternidad viendo la cicatriz, pestañas, frente, cachetes y cabello. En realidad fueron diez minutos. Me bañé rápido. Asustada por las cosas que tenía que hacer y con la imagen de un terrible tráfico que no se me borraba. Miré la pared y las esquinas del techo. Siempre lo hago, o bueno, al menos desde que pasé el susto de mi vida. Una mañana escolar de esas que no vivo hacía siete meses, en las que para variar me despertaba tarde, me metí a la ducha obedeciendo a mi rutina. Estaba atrasada. Por alguna razón vi la pared. 

Una araña.

Cerré los ojos para que el shampoo no los hiriera y planeé bañarme lo más rápido posible para alejarme pronto de ella. En cuanto los abrí la maldita había desaparecido. Sentí esa sensación amarga que te anuncia un desagradable desenlace. Miré hacia todos los lados, con la fe de que iba a encontrarla, pero nada. No había ni rastro. Cerré los ojos de nuevo, dispuesta a duplicar mi velocidad y así poder salir. 

Hasta que siento un cosquilleo, joder.

Di un grito de esos que usan en las películas de terror. Empecé a sacudirme, a llorar. Gritaba desconsoladamente y no intentaba sacudir mi pierna con las manos. Entré en shock, qué sé yo. Mi abuela abrió la puerta del baño y me encontró ahí, a la intemperie. Gritando y llorando por la arañaza que tenía en la pierna. Fue asqueroso, fue amargo, fue incomparablemente repulsivo. Fastidioso. Molesto. Desapacible. Enojoso. Incómodo. Irritante. Repugnante. Yo lloraba, sufría, gritaba y me sacudía. ¿Crees que la araña caía al piso?

NO.

Era como si estuviera pegada y eso me hacía gritar y llorar más. Hasta que mi abuela tomo la toalla de manos y de un solo tiro la hizo caer. Entró con prisa y la pisó. "Era grande", dijo. Yo lloraba y sufría. Odiaba tanto como ahora a los insectos, arácnidos y demás invertebrados odiosos. Malditos sean. 
Miré la pared y recordé eso. Siempre lo hago, ha creado un trauma en mí. Me apuré en bañarme por dos razones obvias: No llegaría a tiempo al trabajo y temía que de la nada aparezca una araña. Claro que la segunda menos sensata que la primera pero igual de importante. Por más que salí de casa sin tomar desayuno... ¿Crees que llegué a tiempo?

NO.

Entré apurada, me cambié y empecé a atender pedidos. La gente de siempre. Primero, el señor de sombrerito que no sé por qué me hace pensar en esos americanos llamados JOE. Esta vez, a diferencia de otras, acompañado por una niñita que parecía su nieta. Luego las dos señoras que trabajaban en el banco de media cuadra más abajo. El señor de la chocolatería. Hoy fueron dos señoras que nunca vi. La chica de la Convención Minera (a la que no le gustan los bordes de la sopa cuando se mueve) con un señor. La francesa que habla el español de España (valga la redundancia, ojalá se entienda). Dos señoras argentinas que me preguntaron cómo llegar a no sé qué agencia.

Discúlpenme, mala elección tuvieron. Yo a las justas me ubico en el camino de regreso a casa.


Para no perder la costumbre, llegaron las otras dos francesas, que a diferencia de los otros turistas sí piden azúcar en su refresco. El señor delgadito, que siempre anda con una chompa de vestir y que a juzgar por su habla y actitudes, bien puede ser un profesor. Hoy no fueron los señores del banco, que son tres y siempre me preguntan el nombre; en su mesa se sentó una pareja que no había visto. "Buenas tardes, su ticket por favor". 

Nou, lo siento... No ha-blo español.

Ahh, joder... A mi mente volvió el recuerdo de aquel señor -francés, también- que pretendía desenvolverse por la vida sin saber español y mucho menos inglés. ¿Cómo coño se puede explicar una carta en señas? Estábamos arruinadas, faltaba poco para que empecemos a dibujar ensaladas y sopas. ¿Cómo le explicas a alguien que tiene que acercarse a la tavola a elegir hasta cuatro opciones. ¡EL HOMBRE NO SABÍA INGLÉS! Fue tristísimo, pero a la vez memorable y para qué decir de gracioso. Sacudí aquellos recuerdos de mi mente y lo intenté, por si las dudas. "Speak english?" "Oh, Yeah".

BUUUFFFFF!

Hasta que una ráfaga de realidad me bajó de mi encantadora nube: mi inglés no es precisamente el mejor del mundo. Hacía mucho que abandoné las academias para resignarme al escatimado inglés del colegio. Los únicos que abogaban por mí eran los diálogos de Two and a Half man que me pasé viendo las vacaciones del año pasado, las canciones que suelo escuchar y las películas que vi en la madrugada. Hice lo mejor que pude y al parecer tuvo resultado. Bien, bien. Good, good. No estoy tan oxidada. En serio me hizo feliz. Eran londinenses. Encantadores, ambos. Curiosos, preguntones. Bueno... yo también preguntaría qué es lo que como si es que viajo a un país con una cultura completamente diferente. Estuvieron un promedio de treinta minutos. Yo volaba en felicidad, mi nube llena de gracia con enormes letras escarchadas:

¡BIEN! ¡NO HABLO PIEDRAS! 

Pero si hasta entonces el día era bueno, no conté con que pudo ser mejor. Cuando terminaron, se pusieron de pie y se despidieron con su español masticado. "Ouh muy rico la comida peruano, gracias, gracias". Vi la mesa y encontré aquello que me haría el día: Una servilleta con un billete de cincuenta dólares encima!

No, mentira

Jaja, bueno lo de la servilleta sí es cierto. Estaba escrita con notables nervios. "Muchos Gracias!" Fue encantador y gracioso. Dirigí mi vista hacia la entrada y me sonrieron. Bien, bien, fue tierno. La servilleta dio a parar en mi billetera y el billete de cincuenta dólares que en realidad fueron poco más de diez soles, también.

1 comentario:

Victor Falconí dijo...

BBahahahahah xDDD! Yo tambien sigo usando el inglés de mi cole y tmabién algunas cosas que se aprenden leyendo... Me gusta como escribes y es entretenido leer tus posts. Si lo leo el dos de agosto es porque no lo encontré antes. Suerte y éxitos.