domingo, 14 de agosto de 2011

Pásenme el Anisado ¡PERO YA!

A lo lejos escucho que revientan cuetecillos. Me atrevería a decir bombardas, con lo fuerte que suenan, pero yo no sé qué serán. Nunca he sabido mucho de los juegos pirotécnicos. En navidades y celebraciones veía cómo mi hermano y algunos primos encendían el material que luego lanzarían a la mitad de la pista para que tras un estallido proceda a convertirse en una colorida luz en el cielo.

Juegos pirotécnicos, ya saben.

Son las doce y tres de la media noche y hoy me siento más arequipeña que nunca. Bueno, siempre me he sentido arequipeñaza, pero hoy es un día especial. Me gustaría poder hablar algo así como quien cuenta la historia de Arequipa, y empezar por la fundación española o el significado incaico de la palabra o de las personas que, siendo célebres, saludaron con reverencia a mi querida Ciudad Blanca.

Pero eso, eso lo encuentran en Wikipedia.

La realidad del Perú está jodida. Está jodida porque no puede estar perfecta. Si estuviese perfecta y andase a las mil maravillas pues, no sería como es. Sería una urbe magnánima con edificios que acaricien el cielo y arquitecturas modernísimas que entre vidrios y grises hicieran de la campiña un lugar como de los que los extranjeros se jactan.

Un lugar más, que sólo se roba cinco minutos de atención.

No sería esa ciudad con aires compartidos entre lo antaño y lo contemporáneo. Esa ciudad que los domingos se despierta con un rico adobo en la mesa, que no se inmuta ante el ají porque sabe que el rocoto pica más fuerte y que reconoce que el queso helado es más que leche como postre. La que tiene una Plaza de Armas envidiable, la que alguna vez caviló gracias a los tantos relatos de Nicoli Segura y la que antes de un Tottus o un Wong tuvo a un Súper. La que en su historia alberga más revoluciones que los dedos que tengo en ambas manos. La que fue cuna de personajes ilustres como el distinguido Paulet o el  ahora Nobel Mario Vargas Llosa.

Se me nubla la vista: qué orgullo, carajo. 

Pero eso no es nada, tenemos muchas cosas que me hacen llorar. Los yaravíes de Mariano Melgar, por ejemplo. Qué buen gusto, qué melodía. En criollo: qué bonito escribía el pata. ¡Los lonccos! Puuuucha no, la poesía loncca es lo máximo. A algunos les resulta gracioso el dejito loncco, la cantadita y los arequipeñismos que nos roban sonrisas, pero es paja pues. Si prestamos atención el sentimiento hace vibrar, tanto o más como la guitarra. Los Dávalos... Los Dávalos me han movido todo más de una vez!



Uuhhhhhhhhhhhhh, me muero con este video. Es bonito, de principio a fin. Me hace recordar cosas, muchas muchas pero muchas cosas. Desde las actuaciones del colegio hasta los días de Corso. Algo que nunca olvidaré, por ejemplo, es que alguna vez conversé con un limeño que, por razones que desconozco -y prefiero jamás conocer- empezó a hablar mal de Arequipa. Que los arequipeños son personas de mala fe, incultos, y demás cosas irreproducibles. 

Hablabas mariconadas, chato, mariconadas.



¡Y no! Este pechito characato no lo aguantó por mucho tiempo. Y estoy más que segura que a cualquier arequipeño le dolería que hablen mal de Arequipa. Porque Arequipa es grande, es dulce y es fuerte. Tan fuerte como bonita. Una bonita que alberga una historia, un patrimonio. Un tipo de gente, un dejo y una cultura más que constituida que es reconocible a leguas. Hogar del pan de tres puntas, de las chicharronerías de Arancota y de la laguna de Tingo. Una ciudad que se conmueve ante la búsqueda de un chico perdido muchos meses y que en menos de una semana ha logrado juntar una notable cantidad de firmas para que el gobierno continúe su búsqueda. Es una ciudad que ama, siente, cree, vive, construye, celebra y respira en conjunto. Donde uno cae y todos se agachan para ayudarlo. Donde la gente cree que no hay mal que por bien no venga y se persigna ante la primera compra. Dios, no voy a terminar nunca. Mi ciudad es hermosa, la más hermosa y estoy muy feliz de que no sólo se robe cinco minutos de atención sino toda una vida de admiración. Son tradiciones, son sentimientos, son creencias, son costumbres, son lágrimas, son luchas, son logros... Son 471 años de tradición convertidos en  nuestro hogar. 

3 comentarios:

Arita dijo...

Feliz día Arequipa, carajo! :D

Oscar C. OKIPERU ® dijo...

Una vez un jijuna le dijo a un pata arequipeño del trabajo algo así como:
¡TE APUESTO EL MISTI!
El characato lo corretió durante media hora con un cuchillo de 40 cm.

Saludos.

Erika dijo...

Jaajajaja lo justo.