martes, 3 de abril de 2012

Escribiendo del escritor.

Martes tres de Abril, nueve con treinta y ocho minutos de la mañana. Martes tres, Abril dos mil doce. Hace ya un tiempo, el escritor me dijo que no podía seguir con mi vida si es que sentía todo tipo de culpas. Que las culpas no me dejaban ser libre, no dejaban fluir mis ideas ni respirar. Me oprimían, lidiaban con mis instintos y escondían mis emociones. Me hacían poner nerviosa, me hacían ser falsa, me hacían equivocarme. Hacían que me quedara con las ganas. "Pero no te culpo", dijo y lo justificó con mi estadía de once años en un colegio de monjas. Once años en un colegio de monjas, chata. ¿Tanto pueden hacer? Lo peor y lo que es más terrible es que yo no lo noto. "Jamás me arrepiento de las cosas que hago", le dije desafiante, como si él quisiera incursionar en los ríos de mi mente, adivinar mi vida y predecir mi suerte.

Yo, que no tengo suerte.

Sorbí de mi cañita intentando atrapar los trozos de chocolate de mi frap. Era la primera vez que tomaba un café con una persona mayor que no era de mi familia. Una persona que no llevaba más que un par de meses de conocer y que sin querer, me conocía ya. Me pregunté tantas veces si actuaba a modo de libro abierto, dejando entrever entre gestos parte de mis emociones. Descubriéndome de a pocos, dándome a saber por quién era y por qué me escondía. Sobre todo eso, que me escondía. ¿Esconderme en qué? Pregunté y no supe eso, ni el desde cuándo. "Cargas con culpas que no son tuyas". Van dos. Sentía mi cara arder, sentía mi ser como una materia en análisis. Sentía que me leían, que de la nada surgían letras en mi cara como si fuera la publicidad de Criminal Minds en AXN. ASÍ me sentía.

Y era terrible, terrible fue.


Por un momento sentí que aquello que tanto me agradaba, que tanto me hizo feliz y a lo que tantas veces recurrí para ser libre, volvía con fuerza en ese sacerdote de la literatura que me hablaba incriminante pero veraz; dispuesto a hacerme sentir una persona que no se ha decidido por nada pero que tiene la oportunidad de hacerlo. Hacerlo bien y hacerlo ahora. De una vez. Es como si todas aquellas palabras, dichos, pensamientos y sentimientos locos plasmados en papel se hayan parado en una revuelta para gritar "NO, ESTÚPIDA, LO ESTÁS HACIENDO MAL" o sin ser tan crueles, decir que no he dado el todo de mí y que puedo darlo. Que nunca es tarde, que puedo hacerlo, que he de esforzarme. 

Y eso sale gratis, porque es lo mío.


Y heme aquí, meses después. Del escritor no supe nada más. En las últimas veces que lo vi quedamos otra cita para un café y conversar más, porque de esa conversación quedó mucha letra pendiente. Yo tenía dudas, dudas acerca de qué iba a hacer el resto de mi vida. Él me dijo que deberíamos hablar de eso y lo hizo con un cierto qué. Con cara de "Yo sé lo que debes hacer" o "Yo tengo la respuesta" que bien pudo ser para mí un "Después de lo que te diga, no tendrás más dudas". Jamás se concretó. Cuánto me hubiese gustado tomar ese café antes de tomar mi decisión. 

No hay comentarios: