domingo, 4 de diciembre de 2011

Totalmente placentero.


Hoy volví cual hija pródiga. Me tendió los brazos, me miró a los ojos y me preguntó el porqué sin decirlo. En silencio. Un silencio conspirador que me hacía sentir culpable de haber desenfocado mis pasiones. Yo era la culpable, la única culpable de mi distracción por mundos ajenos. Mundos mundanos ajenos al mío mundo. Hice turismo y me di cuenta de cuánto extrañaba el hogar, lo mío. Ya lo dije, mi mundo. Mi lugar, mi nación. Mi Estado con una bandera que flameaba a media asta pero que ahora izé en lo alto. Mi propio idioma.



Mi lenguaje, mi dicción.


Me recibió con los brazos abiertos y yo me refugié. Dubitativa al principio, recelosa, cautelar, qué sé yo. Pero volví a casa, a lo mío y estoy feliz. Feliz porque mis aires volvieron a entrar en contacto con el yo y mi mente dijo paz. Paz. los músculos se relajaron, acomodados en mi cama con la inexactitud en la que cae una pieza de tetris. Paz. El sol estallaba en la pared el intenso color que iluminaba el ambiente segundos después. Iluminaba el día, mejoraba el momento. Paz. La ventana entreabierta me pareció tener un filtro anti-smock porque jamás sentí el aire más limpio que hoy.


Mucho floro ¿no?


Lo que pasa es que hoy después de tanto tiempo pude leer un libro. Completo, sin interrupciones, sin cansancio, sin sueño. Lo leí de principio a fin, echada en mi cama, atónita ante la secuencia que ante mis ojos desfilaba. Consumida por lo que leía. Imaginando. Divagando. Reclamándome haber dejado de hacerlo. Reclamándome haber hecho otras cosas que no conducirían a nada. Reclamándome haber abandonado ese ritual tan mío. Dejándome envolver.

Como quien mezcla una torta.

Y poquito a poco agrega los ingredientes. Primero los sólidos y luego los fluidos. Envolviendo. Juntando. Uniendo. Mezclando poco a poco lo que resultaría una masa homogénea y dulce. La imagino de chocolate. Clásica. La de siempre. Se mezcla uniforme, sin grumos. Se ve fresca, se nota suave. Huele bien. Y cuando está en el horno el olor a chocolate invade la casa. La preparación se dispara hacia el cielo y crece para satisfacer más. Más y mejor. Dulce, dulce, así me sentí.


¿Sonaría mal si digo esponjocita?


Se sintió bien poder volver a mi habitación y que todo se torne silencioso. Que la luz no me dé en la cara y que se respire a fresco. Quedarme en la incesante volteada de hoja hasta que oscurezca. Moviéndome tan sólo para cambiar de posición y no incomodarme. Respirar y no pensar en nada o nadie más. Querer escribir. Hacerlo ahora y recordar lo que viví. Totalmente placentero.


1 comentario:

milibb dijo...

buenisimo pics!