domingo, 3 de julio de 2011

Gracias cielo, por nublarte y estar conmigo.

Domingo, casi son las diez con treinta de la mañana. Estoy tomando el desayuno en mi escritorio, al pie de mi ventana. La cortina está graciosamente abierta, toda inclinada, casi rebelde. Parece que hoy no saldrá el Sol. El cielo está gris, como si alguien lo hubiese cubierto de algodón bien estirado. Intento vanamente buscar imperfecciones en esa superficie, pero no hay. Bien que puedo imaginarlas, pero es por gusto. Qué excelente trabajo hizo Dios esta mañana. Me imagino cambiándome. Jeans, botas, algún polo y el abrigo. Las manos al bolsillo y el cabello suelto. Me recuerda a una navidad, la del dos mil ocho. 

Ahhh, coño, por qué tuve que acordarme. 

Aquella vez yo fui un alma en pena. Me escurría por las calles vacías de cielo nublado que no hacían más que relajarme. Darme paz. Ponerme triste, pero estar calmada. Quieta. En silencio. Reflexiva y en automático. Las manos en el bolsillo y la nariz helada. El cabello suelto y los ojos chinos. El cielo lo mejoraba todo. Las casas se tornaban más bonitas, más elegantes. Las imaginaba sacadas de una película, de un cuento. Con ellas me distraía. Caminaba sin rumbo y pensaba en mi suerte, en mi vida, en mi futuro. 

En el suyo y en por qué dejó de cruzarse con el mío.


Me atrevería a decir que me causa risa pensar en una niña deprimida -porque en ese entonces era una niña y sí que estaba deprimida- pero me abstengo por la simple y llana razón de que era yo. Y yo recuerdo muy bien eso que sentía y no era bonito. No era dulce. Era amargo como un limón y me impedía respirar. Lo imagino como una fruna que lo atora todo, bloqueando el paso, incomodando. Ahhh, vaya mariconada la de entonces. Triste yo porque... no sé por qué estaba triste. 

Miento, lo sé muy bien.

Pero no quería darle importancia, al menos no más de la que ya tenía. Pensaba en las noches, pensaba en los días. La música perforaba mis oídos y yo hubiese querido que perforase toda el alma. Que estremezca mis sentidos y que me haga sentir viva. Sé que exagero, pero ¿quién no lo hace cuando está así? Jajaja. Tonta yo, porque aún lo recuerdo. Pero qué bonito es hacerlo, ahora que ya no es costra sino cicatriz. Una cicatriz que es grande y visible. Así me siento ahora jaja, contando un poco de cómo viví la guerra, que no sé si debió serlo.


Gracias cielo, por nublarte y estar conmigo.

Pensaba mientras metía las manos a los bolsillos. En ese entonces no era un abrigo sino una casaca y en vez de botas yo vi zapatillas. Llanas, jóvenes, frescas. Dispuestas a pisarlo todo. Y así fue como pasó. Caminaba sin rumbo y se sentía bien, se sentía rico. Sentía que hacía algo por respirar y que ese algo estaba funcionando. Me identifico mucho con el cielo nublado. Así como el de ahora, así como el de diciembre del dos mil ocho. Creo que hasta me describe y si pudiera vestirse, llevaría una polera con mi nombre.  Recuerdo el pasado y me alegra reconocerlo como lo que es.