sábado, 3 de septiembre de 2011

Carta uno.

En ese momento tuve la sensación de que la escena era ambientada por el adictivo olor que sólo un Nirvana puede producir. Eran las casi dos de la tarde y te levantaste del sofá. Tu boca me sonrió. "¿Tienes hambre?" dijiste. Meneé la cabeza y dirigiéndote a la cocina, para mi sorpresa, dijiste que sólo habían huevos. "No importa", dije, viendo cómo entrabas al lugar que -se cree- sólo a una mujer le da confianza. Yo, por mi parte, me sentía extraña. Raramente idiotizada. La botella vacía de vino parecía querer hablarme y yo sólo atinaba a recordar algo que olvidé casi de inmediato porque el ruido de los trastes que venía de la cocina interrumpió mi cavilar.

¿Te ayudo?

Que no, que gracias, que no me preocupe, que sabes lo que haces y que confíe en que si se vas a morir de algo, no será de hambre. Sonreí. Me sentía como en las películas en las que el marido cocina algo para la chica después de haber tenido sexo. Me sentía así, salvo dos cosas: no eres mi marido y tampoco tuvimos sexo. Seguía echada en el sofá y la tarde se hacía ligera, como de esas tardes de playa en las que el Sol se vuelve anaranjado fruna y uno sólo quiere dormir. Estaba adormitada. Idiotizada y alucinando un Nirvana, como aquella noche en la que lo probé por primera vez. Recordé cómo empezó todo y recordé las tantas cosas que me dijeron. Las precauciones, las especulaciones, las recomendaciones y todas las palabras que terminen en "-ciones" que se puedan relacionar con que me cuide. Pero no hablaban de una protección física, más bien creo que hablaban de un cuidado emocional. 

Me arriesgo nomás.

Como las tantas veces que me he arriesgado. No compromisos, no promesas, no nada. Sólo una buena conversación, un vino y un par de risas. Fue todo. De un momento a otro, aterrizando de mis pensamientos, caí en cuenta de que habías puesto música en tu celular. Arjona. Cantabas y cocinabas y eso me pareció lo más lindo del mundo. Te veía y te hablaba mentalmente. ¿Cuántos rasguños te hicieron? ¿Qué tan profundas son las heridas de tu alma? ¿Qué tan lastimado estás? Yo también tengo heridas en el alma y a mí también me han dado un par de zarpazos, así que entre esas cosas y Arjona, podríamos decir que tenemos mucho en común. ¿Por qué te rasguñaron? Si no lo merecías, seguramente no. Contigo ahí, haciendo sonar los platos y cantando las de Arjona, cualquiera sería capaz de preguntarse por qué te hicieron daño. 

No me atrevo a asegurarte nada.

Porque tengo miedo a esperar algo de alguien. No espero nada de nadie, ni siquiera espero algo de mí. Pero eso sí, la grandeza de tu persona, jamás la cuestionaré. Cuando acabaste todo, me sonreíste con los platos en la mesa y fue gracioso, fue agradable. Me quedo con lo poco que queda, lo llevo en el corazón. No estaba en nuestros planes. No estaba en el mío, tampoco en el tuyo. Las canciones no mienten, la música es lo más sincero que existe. Las canciones siempre nos harán acordar a alguien, siempre. Siempre escuché a Arjona y cuando supe de ti no tardé en relacionarlos. Ahora veo que no tuve porqué equivocarme. 

2 comentarios:

Victor Falconí dijo...

Que bien se siente pasar el tiempo con alguien a quien quieres, estar ahí solo para disfrutar el momento. Saludos.

Erika dijo...

Es raro... muy muy raro.