martes, 14 de junio de 2011

Astronauta muere atropellada por Tico - Sólo en Perú puede pasar.

No recuerdo bien dónde estaba. Parecía ser una combinación estrafalaria de los centros comerciales que no tienen más de un año de inaugurados en la ciudad. Era de noche, para variar. Hacía frío y yo podía sentirlo. Las luces amarillas iluminaban las columnas de sillar que tan limpias se alzaban en medio de infinidad de tiendas que estaban desiertas, gritando abandono. Tenía el cabello amarrado con una liguita que tenia en la muñeca. Lo solté. No sé qué me hizo pensar que el hecho iba a amortiguar el frío que seguramente torturaba mi cuello en ese entonces desnudo. Buscaba a alguien, pero no recuerdo a quién. Lo buscaba con ansias y con más que prisa. De ahí no recuerdo mucho. Tenía la nariz congelada, como cuando tienes gripe y sales de noche.
Subí unas graditas de cemento, todo estaba muy limpio. La calle estaba tan vacía que ni papeles tenía. El semáforo titilaba en ambar y no pasaba ni un sólo taxi. Empecé a caminar por lo que parecía ser un puente. El puente era interminable y la noche se hacía más gélida. Busqué en mis bolsillos y no hallé nada. Caminé por lo que por mí pudieron ser horas. La noche seguía igual de oscura, pero mucho más fría. Me imaginé haber llegado a lugares que sólo Dios ha visto. Caminé increíblemente demasiado y el tiempo se mostró como no-transcurrido. Llegué a un grifo y encontré un teléfono público. Levanté el auricular y marqué un número que jamás había visto. No inserté moneda alguna. El timbrado paró en seco y una voz me contestó. No recuerdo mucho lo que hablamos, pero sí que estaba un tanto más feliz. Ahora que lo menciono no sé si más feliz o más tranquila. La voz, por lo que recuerdo, me dio un rumbo. Un lugar adónde ir. 
No sé cómo pero llegué a un sitio infestado de gente. Al parecer otro centro comercial. Había mucha gente que conocía pero que el día de hoy no recuerdo. En mi alma, sabía que los conocía. Mi mente es la que los niega. Estaba vestida con un trajecito plateado, pegado. Raro en mí. Ahora es cuando dudo: llevaba converse rojas? No lo recuerdo, sólo sé que no combinaban muy bien. Me presenté a unas personas, que se supone eran mi familia y que, probablemente sabían de mis gustos. Me miraron de pies a cabeza, tal vez preguntándose por qué.

"Es que trabajo en la NASA" les dije.

Señalé la insignia en mi trajecito de apariencia interplanetaria y me miraron estupefactos, pero crédulos. "Mañana me llevarán a hacer pruebas en gravedad cero", culminé. Subí a despedirme de mi madre, que es la única a la que recuerdo. Estaba igualita. Se echó a llorar y no sabía qué más decirle. Ella sabía que podía morir, pero guardaba muchas esperanzas. 
Hasta ahora tengo la interrogante que no para de dar vueltas. ¿Cómo fue que trabajo en la NASA? Y encima iba a hacer la prueba de gravedad cero. PPFFF. Guardé un par de cuadernos y la laptop en un maletín. Cogí dos lápices de mi escritorio sin dejar de pensar en lo útil que me serán. "Los lapiceros no me sirven porque funcionan debido a la tinta que baja a la bolita gracias a la gravedad. Si no hay gravedad no baja la tinta y si no baja la tinta no hay tinta en la bolita y si no hay tinta en la bolita, no escribe. No sirve."
Miré el cielo y de la nada aparecí en la casa de retiro donde fui un par de veces cuando estaba en el colegio. El cielo estaba teñido cuidadosa y homogéneamente de un azul marino oscuro. La luna estaba llena y brillaba como nunca. Me vi al medio de una plaza cuadradita, no muy grande. Rodeada por cuatro paredes celestes de puertas plomas. Un ambiente tétrico, rígido, casi metálico que hacía la escena mucho más fría que el viento que seguía galopando en mi cabello suelto hacía una casi una hora. Ingresé a una habitación vacía. Había una chica en pie y tres chicos más sentados. "¿Qué estudias?" me preguntó alguien. "Ingeniería Comercial" respondí. "¿Y te gusta?" Lo pensé muy poco, mi carrera sí me gustaba. "Sí, ¿por qué?".

"Porque yo sé que no".

Y yo también lo sabía. Tal vez sólo me costaba un poco aceptarlo. Quería ser muchas cosas y no estaba avanzando bien en ninguna. El tiempo tipeaba sin piedad la factura que seguramente me iba a pasar dentro de veinte años, cuando no tenga trabajo o esté trabajando en algo que no me gusta. Cuando gane poco porque lo hago mal. Cuando recuerde estos días y me arrepienta de no haber hecho algo cuando tenía tiempo. Miré a ese alguien, que era hombre y me miraba con dureza pero con desbordante seguridad. él sabía lo que hablaba y sabía que yo lo consideraba. No le dije nada, sólo atiné a sentarme. "Pero trabajo en la NASA y esas cosas ya no importan", le dije. Vi una ventana y me dirigí hacia ella. Vi la calle, el silencio de la noche se hacía más hondo. Al frente había un campo grande, con una casa pequeña en medio. "Ahí es, anda, que te digan lo que tienes que hacer". Salí corriendo. Cruzando me atropelló un Tico amarillo cuyo origen desconozco. Yo apoyada en la pista y la mancha roja pintando mi cara. Rozándolo todo. Una luz de linterna en mis ojos. 

-    ¿Estás bien? - no respondí a eso. Sólo miré con preocupación. Después de un rato, ella pareció entender que yo no la comprendía.
-      Creo que haz tenido una pesadilla 
-      ¿Pesadilla? No creo.
-      ¿Por qué? ¿Te acuerdas qué soñabas?
-      Sí, Que trabajaba en la NASA.

Y así es como asusté a mi abuela hoy. 

1 comentario:

Fiorella dijo...

Cada día estás más loca jajaj está paja ññ