jueves, 2 de junio de 2011

Siento frío.

Él tenía frío y ella no dejaba de tejer. Tenía una figura en mente y dejaba que sus dedos la trasladaran poco a poco, como una teletransportación muy lenta. Como una calcomanía que se pega y se despega de un lado a otro hasta que pierde el pegamento...
Él estaba triste y ella no dejaba de tejer.
Cuando empezó a escribir, ella seguía tejiendo. La tristeza no se iba y junto al frío, sacudían su corazón. De tener razón no podía jactarse, pues la perdió hace mucho a causa de las manos que hoy no paran ni piensan hacerlo. Los dedos que se mueven como si de eso dependiese su vida.
 Eso es lo que creía él.
Mientras escribía, se dio cuenta que ella ya no lo miraba como antes; que el antes se remonta a cuando empezó a tejer. Por un momento se arrepintió de haberle dicho que tenía frío. Ahora ella ya no paraba nisiquiera para verlo y él se arrepiente de no haberla visto como si fuera la última vez.

Quiso hablarle, pero no pudo. Le tuvo miedo al fracaso, al rechazo. 
A la indiferencia.
Pero temía mucho más que ella quedara en silencio.

El frío hizo que no sintiera ya los dedos y se preguntó cómo ella, aún así, no paraba. Soplaba y podía ver su aliento. Los pies se entumecieron y la nariz comenzaba a helarse. Ella no dejaba de tejer. Tejía muy rápido.
La vio muy atento, escudriñando su rostro y dibujándola en su mente para no olvidarla. Pensó en marcharse, pero su cuerpo no se movió. Intentó decir algo, pero el frío se había llevado sus palabras. Titubeó algo pero fue muy bajo, algo que tal vez sólo pudo escucharlo él.
Recordó vagamente todos los momentos que pasaron juntos y no se le hizo raro haber llegado hasta donde están. Se preguntó muchas veces qué fue lo que pasó, qué estuvo mal. En qué falló. Qué pudo haber hecho para que ella no acariciara más su rostro aunque sea con los ojos.
No se respondió.
La vio y pensó en hablarle, pero no pudo, el frío era su excusa para no pensar. Se puso en pie y quiso llorar, pero tampoco pudo. Le dolía el pecho y el causante no era el frío. Estaba a punto de marcharse cuando la vio estremecerse.
"Espera", ella dijo. Sus ojos se abrieron muy grandes y seguía sin sentir sus pies. Ella estiró el brazo y él no dudó en ayudarla a pararse. Tocó sus dedos fríos, tan o más fríos que los de él. Ella soltó los palillos que hicieron un ruido sordo al caer y lo abrigó.

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